En la estación de Martínez tres vendedores ambulantes juegan como niños, iluminados por los carteles de una marca de cigarrillos.
Víspera al 2 de septiembre
Estoy haciendo tiempo, sentado en mi sillón en companía del monótono sonido burbujeante de gotas oxigenadas que suben interminables en la pecera vidriada; donde cuatro peces, dos rojos, uno pálido y otro negro comparten carcelarias vivencias. Se que si piso el suelo verde, sintético y aterciopelado del cuarto donde duermo, dormir es precisamente lo que no haré. Y no es que la vida de pereza desempleada no canse, supongo son los nervios punzantes por la cercanía del encuentro tan esperado.
Ya es viernes de madrugada y terribles dudas me asaltan refugiadas en el manto nocturno, acompañadas de reflexiones circulares que no llevan a ningún lado ni descubren claridad entre las dudas. Escatológicas tormentas de ideas arrasan con todo en mi cabeza, sin discusiones de una mente pluriforme en otro tiempo y que, unificada hoy, tampoco encuentra respuestas.
Ojos pardos me va a apuñalar y no seré capaz de negar amor, amor al recuerdo formado, escasamente alimentado en 19 meses de abandono y depresión. Días interminables de autocompasión, furia incandescente, tristeza, soledad e iluminación; en ese orden de sucesos. Pero el amor sigue.
Faltan 9 horas y no pensé que decir, no quiero hacerlo, ensayar es marca de actuación y prefiero ser sincero con quien fue tan importante. Aunque sus razones de insomnio sean otras, aun si no la emociona mi recuerdo.
Casi todos los aseos pertinentes estaban listos a las 8:30 de una mañana gris y fría. Mi estufa rugía con tranquilidad imitada a mis espaldas; todo muy simple y rutinario, afeitarme (hoy al ras), cepillarme los dientes y el pelo, mirar la mirada espejada. El agua sale helada a esta hora; en realidad porque es 2 de septiembre y hay solo 8 grados de temperatura.
Antes de enfundarme en negro (no por luto, aunque muchas auras se mueren alrededor) preparo café en un viejo filtro de papel y disfruto el equilibrado sabor del amargo endulzado liquido. Tomo las llaves presto al viaje, preparado para el postergado encuentro; así abro la puerta enchapada en cedro y bajo las escaleras. Ni bien el mocasín aterriza sobre en tercer escalón siento que el teléfono me llama. Corro a levantar el tubo; es ella, reconozco la voz vacilante de los recién llegados del país de los sueños. Percibo la dulzura de la mujer que amé (¿amo?), me estremezco. Ella dice palabra, afecto, promesas de encuentro, una nueva fecha; será este lunes escucho. No, será hoy 1 hora mas tarde, ella saldrá retrasada de su casa en Benavidez. Encuentro postergado.
Doy reposo al aparato, me invade ahora cierta angustia por la frialdad de mis palabras para con la chica del teléfono. Frío que rodea el aire también y obliga al cuerpo a refugiarse cercano a la estufa parlante. De a poco me voy sacando la boina, el sobretodo y la bufanda, y cuando dejo todo sobre la silla más a mano escucho a mi viejo pidiéndome que ponga el agua a calentar. Es hora de unos mates.
Una hora de prorroga, aseo personal del viejo (muy rápido como para pedir eficacia). Saluda muy confortablemente, se hunde en el sillón y reclama con picardía la infusión y agrega "ponele cáscara y cedrón"; obedezco sonriéndome. Este segundo desayuno me cae mejor, es más agradable gracias, en parte, a la companía, es disfrutable porque mi estomago ya despertó y acepta de buen grado a sus invitados a digerir. Ahora cebo con ganas (como otras tantas veces) y con la mezcla de yerba, naranjas y menta ambos tomamos un buen mate mañanero, esos agradables sin azúcar, balanceados, impermeables. La espumita adornando ocasionales palillos y piedras naranja de bordes negros, el sabor conservado a través de medio termo.
Puta madre, el reloj me avisa que son la 9:50, se olvido de llamarme antes, no puedo enojarme con él, yo siempre llego tarde a todo lugar. Saludos, escalera, vereda y a correr por la calle hasta que engancho un bondi hasta Tigre. Me tomo el tren, me bajo en Martínez y a correr de nuevo, pienso. Son las 10:01 susurra el boleto en la mano izquierda. Más ruta, hombres trabajando (mateando), desvío. Cuando doblamos en la esquina de Liniers nos enfrenta otro colectivo, un 60. Por su ventana veo un espejismo, una imitación soberbia que engaña a mi corazón, y este a mi mente, y deseoso de compartir un viaje con ella sigo en el vehiculo esperanzado de que consiga pasar el otro monstruo mecánico. Esto sucede llegando a Carupá, a muchas cuadras de mi supuesto destino (mirada curiosa del chofer), me bajo…es alguien desconocido, pero ella me observa desde el transporte 203, muy cerca de allí.
Con velocidad increíble me deslizo atravesando puestos de frutas y verduras, carnicerías y venta de especias para llegar a la segunda estación de trenes. Otro boleto, rosa esta vez, y dice 10:42. Me ubico en un asiento improvisado con la ventana a mi derecha y veo a vendedores, patriotas del chamullo, ofrecer imprescindibles artículos de las más variadas clases. Pienso que jamás tarde tanto en un trayecto a Canal de San Fernando. Mientras tanto pasan las 7 estaciones, se abren las puertas con un bufido neumático y me dirijo hacia los molinetes sin fijar miradas en la gente apurada moviéndose como formando cardúmenes; paso el papel reglamentario por la ranura, me libera el paso y me echo a la carrera una vez más. Tan de prisa que equivoco mi objetivo, salgo disparado bajando hacia el río, o sea para el lado contrario; entonces giro bruscamente sobre mis pasos y, desbocado ya, me transformo en un relámpago oscuro atravesando Alvear con dirección a Santa Fe. Son las 11:02 según la verdad digital de una tienda de ropa. Cuando llego a la intersección de las calles, agitado por la corrida (intensa, sin embargo corta) la veo entre asfalto blanco y gente.
Camina hacia mí una figura bañada en rosa, una mujer pequeña de hermosa sonrisa y rulos castaños, acercándose a este muchacho de negro, ajeno en parte a su vecino del pasado. Recuerdo fugazmente los planteos nocturnos, mis sentimientos se alejan de los esperados, es como si este 2 de Septiembre a las 11:05 hubiera seguido casi instantáneamente al 23 de Diciembre de hace casi dos años.
Los ojos pardos me miran despojándome del escudo cínico de palabras, caigo preso de la emoción del momento. Amo a esta mujer después de tanto (¿tiempo, vida, dolor, aprendizaje?). Caminamos contando mitos y verdades, locales y extranjeros. Me dice que ella supero mi falta rápidamente, me pedía perdón por sus errores, por ser causa de mis pesares; yo le digo que mi vida casi se extingue, pero que no es su culpa, la herida era inevitable, solo quería una respuesta de sus labios. Hay charlas y confesiones en el lugar plástico y superficial que elegimos como refugio a las grises nubes de tormenta leve. Hay ocasiones para apuñalar por la espalda y para el reproche hiriente, mas son solo de mi parte y ese es un trato que Verónica no merece; como más tarde diría mi amigo Hernán, "ella te puede". Es verdad, sus ojos pardos aplacan toda manifestación de maldad.
Sentados, cercanos a las hormonales masas adolescentes, éramos dos almas nadando en una pecera y nada más me importaba. Allí y en ese momento la tierna voz pronuncio lo inevitable, lo evidente (¿evidente? Me negaba a pensarlo por momentos), no había amor latiendo por mi. Y, aunque el calor de los celos, la tristeza y la resignación surgieron, se desvanecieron veloces, sobrepasados por la sensación de liviandad y liberación.
Las cosas que pasaron quedan por siempre en mi corazón. Nos miramos, hablamos, reímos e hicimos promesas y nos separamos en amistad. La deje ir, me dejo ir, camine después del saludo sin mirar atrás, con el espíritu lleno, respirando a todo pecho.
¿Cariño de amigo? No, yo la amo, quizás para toda la vida, eso no tiene nada de malo. Agradezco los momentos vividos con Verónica; espero que ella sea feliz con su nuevo compañero, espero que encuentre libertad más allá de sus pensamientos. En cuanto a mi, voy a afrontar el camino que transite tanto tiempo solo, con el Aura enorme y potente, a lo mejor también encuentre a quien me quiera acompañar.
Son las 2:21 del 3 de Septiembre del 2005.
Matias Miguel Roude
lunes, septiembre 05, 2005
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