Zapatilla de Lona
Hacia mucho que estaba recluida en ese lugar oscuro y cálido (después de todo así son los departamentos particulares con calefacción central; o al menos donde pasan cerca las tuberías provenientes del termo tanque), alejada del bullicio, las corridas del muchacho o sus amigos. Sola, encerrada estaba la zapatilla, sin companía, porque su hermana se había ensuciado con restos de perro…de un perro mejor dicho y la colgaron en un tenderíl después del obligado aseo. Y entre penumbras la rodeaban decenas de otras prendas, algunas hermosas y exclusivas (aristocráticas camisas, oligárquicos pantalones), otras burdas y corrientes (remeras estampadas, bufandas, ropa interior). Pero afortunadamente están las medias y los mocasines, los zapatos y otros calzados, con los que puede compartir anécdotas del camino que se hace al caminar (cuac, zort, point, troz). Un borceguí negro le advierte de lo efímero de las zapatillas de lona como ella, otros parientes tan o más lustrados que el anterior apoyan esta brutal verdad; dictaminada por el uso que roza el abuso textil. La oscuridad de pronto se transforma en luz enceguecedora, se abren las puertas de guatambú, se abren y dan lugar al encuentro fraternal. Ahora el par se va de paseo por la noche de sábado ante la envidia vestida en cuero y plástico (algunos mueven los cordones indignados), sin miramientos para con la moda…y afortunadamente sin olores que sumarle al talco mentolado.
Matias M. Roude
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