jueves, junio 02, 2005

Prima

El bulto


Sonidos en lo profundo de la ciudad; valles de luz entre montañas de acero y vidrio, valles de largas sombras producidas por pálidas luces de gas y que cubren los más oscuros secretos, ocultos misterios de noches perdidas por el alcohol y la violencia.
Bajando por calles olvidadas, inmerso en pensamientos de terror; temor de la vida, de la muerte. Deambulo a través de lugares solitarios, extraños, pero familiares. El mundo es largo y ancho para las criaturas que en él habitan, errantes en busca de respuestas que justifiquen su frágil e inútil existencia.
Las pesadillas contaminan mi pensar con su dulce pesar, la sensación de vacío llena mi alma y mis sentimientos cavan profundos baches en mi subconsciente.
El silencio del asfalto irrumpe en la noche, ya completamente oscura debido a nubes espesas que cubren la triste cara de plata. Su karma es luchar siempre por mantener al sol dormido y evitar que se levante; al parecer está ganando. Hoy el día tardará en mostrar su cara.
Un perro sarnoso nos observa echado sobre su costado derecho, en un montón de cartones sucios y roídos. Está demasiado viejo y cansado como para molestarse por nuestra presencia, o por el olor a ginebra barata, entonces cae en un sueño intranquilo.
Los grandes fresnos que adornan las veredas mueren para esta época, dejando ramas que juguetean en el piso de brea y piedra. En estos caminos las sombras son lo único que tienen movimiento; las sombras, nosotros y algo más…
Sonidos en lo profundo de la ciudad, ruidos ahogados, aunque cercanos, familiares. El temor se apodera de mí. ¿Acaso me están buscando? Miro hacia la derecha y la gran casa de madera, hermosa en otros tiempos, imponente y lúgubre en la penumbra, parece llamarme. Siento melancolía, angustia, conozco el por qué de la llamada. Esa casa es mía.
El calor de la ginebra pasa, mas eso ya no importa. El alcohol… no, fue el mareo etílico lo que propicio que nos perdiéramos. Es ahora mi mortal destino a quien debo enfrentar.
¡CLICK! Ambos hombres voltearon cuando reconocieron el gemido metálico, vieron a esa serpiente de acero, brillante, helada, preparada para escupir veneno en forma de plomo y fuego. Miraron los ojos del encantador, titiritero infernal que manipulaba el destino de aquellos seres, aquel que, seguramente, era un antiguo socio.
Dos detonaciones seguidas de pequeños truenos rasgaron el rocío de esa mañana. Silencio…

El vapor danza en las caras de dos amigos, cálido al principio, helado más tarde; elevándose desde sus bocas, humedeciendo sus narices, y perdiéndose en la niebla matutina. Ellos recorren el camino, como lo han hecho ya otras veces, esperando el calor del sol. Pronto saldrá detrás de algún edificio.
Acomoda su bufanda, pues el frío es aun intenso a esta hora, mientras pisa una pila de cartones sucios y roídos por el tiempo. Los árboles se mantienen imperturbables ante la escarcha que los baña, cual castigo celestial por pecados olvidados; castigo al que se resignan. Con una mano en uno de ellos, Hernán cree ver un bulto negro, como esas bolsas de los hospitales o las morgues. Martín no lo ve, pero se sobresalta al mirar la cara de su amigo.
Sabe que estas cosas suelen suceder en lugares así. Quizás por eso ignora la imagen postal de recuerdos remotos, en el verano de la vida, cuando pasaba días con sus dos mejores compañeros y las pesadillas lo consumían.
Los hermanos entran por un estrecho pasillo y pasan a la casa de fresno, cedro y pino; sumamente cuidada y de agradable aspecto. En el cielo el rostro rojizo se torna dorado y calienta a un grupo de cachorros que duermen en la vereda.

Matias M. Roude
Levitaaero@hotmail.com

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